Esta mañana he visto pasar cuando he salido de casa a un padre con sus dos hijos. Él, les iba cantando y los niños también seguían la canción. ¡Qué felicidad cuando se es pequeño! Aunque también hay que decir que al hombre se le veía espléndido. Curiosamente tanta felicidad al ir al colegio.
Sin embargo, yo es que no conseguía ir tan contenta. Siempre tenía unas depresiones post- vacaciones impresionantes. No quería volver a clase. Aunque tengo unos recuerdos maravillosos en el colegio y muchos momentos de risas también de cuando ya no éramos tan pequeñas. Digo pequeñas porque aunque el colegio hoy en día sea mixtos, en mis años no lo era. ¡Qué desgraciadas éramos!
Mi hermana, cuando empecé el colegio, ya se confundió al llevarme a clase y eso me marcó yo creo. Ya no fui la misma. Eso sí, la experiencia de parvulitos, no me la quita nadie. Los mejores años. La de pinturas y pinturas que había en las cestas. El paraíso de los niños a mi modo de ver. Sacábamos nuestra de vena de artistas y prontito para casa. Es como si hicieras un grado medio de Bellas Artes con tres años.
En fin, según iban pasando los años, yo decía: “Mi madre donde me ha metido”. ¡El colegio consiguió que me hiciera repipi! ¡Qué horror! Todas las niñas de uniforme, con lazo... y lo peor de todo era cuando podíamos ir a clase “de calle”. Para nosotros era toda una ilusión. Pero eso sí, todo el mundo mirando a todo el mundo. “Tú llevas esto, tú lo otro”.
Y bueno, ya no hablemos de las excursiones. Eran una novedad todos los años. Nos llevaba a la misma iglesia a misa cada primavera y después a jugar a pillar a la campa de al lado. Ya no me acuerdo ni del nombre, pero la imagen del sitio la tengo grabada de tantas veces que fuimos. La imaginación de la organización, como podéis ver era ilimitada.
Y con tanta disciplina, al final lo único que consiguen es que saquemos el gamberrismo que llevamos dentro. Yo no, que conste, aunque ganas no me faltaban. Cuando ya nos fuimos del colegio, nos llevamos las tres amigas un ladrillo cada una de recuerdo. Para tener un recuerdo físico. Es buena idea ¿no?
Me río aún cuando me acuerdo de cuando llegábamos por las mañanas a clase. Teníamos ya trece o catorce años. Siempre pasábamos por un pasillo que tenía un teléfono. Lo descolgábamos siempre, lo bueno era, que cuando se descolgaba el auricular, sonaba un pitido por todo el colegio. Me dolía hasta la tripa de reírme. Para nosotras era un divertido secreto.
Y es que... tengo miles de recueros buenos, que no se pueden borrar. Cuando ve losniñs yendo a mi colegio digo: “Aún lo que te queda por delante, majo”
Sin embargo, yo es que no conseguía ir tan contenta. Siempre tenía unas depresiones post- vacaciones impresionantes. No quería volver a clase. Aunque tengo unos recuerdos maravillosos en el colegio y muchos momentos de risas también de cuando ya no éramos tan pequeñas. Digo pequeñas porque aunque el colegio hoy en día sea mixtos, en mis años no lo era. ¡Qué desgraciadas éramos!
Mi hermana, cuando empecé el colegio, ya se confundió al llevarme a clase y eso me marcó yo creo. Ya no fui la misma. Eso sí, la experiencia de parvulitos, no me la quita nadie. Los mejores años. La de pinturas y pinturas que había en las cestas. El paraíso de los niños a mi modo de ver. Sacábamos nuestra de vena de artistas y prontito para casa. Es como si hicieras un grado medio de Bellas Artes con tres años.
En fin, según iban pasando los años, yo decía: “Mi madre donde me ha metido”. ¡El colegio consiguió que me hiciera repipi! ¡Qué horror! Todas las niñas de uniforme, con lazo... y lo peor de todo era cuando podíamos ir a clase “de calle”. Para nosotros era toda una ilusión. Pero eso sí, todo el mundo mirando a todo el mundo. “Tú llevas esto, tú lo otro”.
Y bueno, ya no hablemos de las excursiones. Eran una novedad todos los años. Nos llevaba a la misma iglesia a misa cada primavera y después a jugar a pillar a la campa de al lado. Ya no me acuerdo ni del nombre, pero la imagen del sitio la tengo grabada de tantas veces que fuimos. La imaginación de la organización, como podéis ver era ilimitada.
Y con tanta disciplina, al final lo único que consiguen es que saquemos el gamberrismo que llevamos dentro. Yo no, que conste, aunque ganas no me faltaban. Cuando ya nos fuimos del colegio, nos llevamos las tres amigas un ladrillo cada una de recuerdo. Para tener un recuerdo físico. Es buena idea ¿no?
Me río aún cuando me acuerdo de cuando llegábamos por las mañanas a clase. Teníamos ya trece o catorce años. Siempre pasábamos por un pasillo que tenía un teléfono. Lo descolgábamos siempre, lo bueno era, que cuando se descolgaba el auricular, sonaba un pitido por todo el colegio. Me dolía hasta la tripa de reírme. Para nosotras era un divertido secreto.
Y es que... tengo miles de recueros buenos, que no se pueden borrar. Cuando ve losniñs yendo a mi colegio digo: “Aún lo que te queda por delante, majo”
Y es que , no me gustaba ir a clase.